Está claro que somos las directoras de nuestra propia película. Pero ¿quién es el protagonista?
Cuando nos empeñamos en fichar un protagonista para nuestra película (porque nos negamos a ser nosotras las protagonistas) pagamos un precio muy alto.
Nosotras somos las únicas directoras de la película que nos montamos. Al protagonista le pagamos honorarios desorbitados que sacamos de nuestra propia hucha: dignidad, libertad, respeto, cariño.
El problema es que cuando hemos invertido tanto en nuestra superproducción, no es fácil abandonar el proyecto solo porque el protagonista tenga dudas, porque no se quiera comprometer, porque tenga estallidos de cólera o porque esté dispuesto a escuchar otras ofertas… Insistiremos: «¿Cuánto más tendré que pagar? ¡Lo pago! ¡Me da igual! ¡Empeñaré mis ahorros, mi seguro de vida, las joyas de la familia, los bonos del estado y los fondos de pensiones! ¡Lo que haga falta!».
Puede ocurrir que el protagonista de nuestra peli se vaya. Y aunque una parte de nosotras sabe y reconoce que nuestro amado se ha alejado, otra parte siente y sobre todo se comporta como si él no hubiera puesto el rótulo de «FIN» a nuestra historia, sino como si nosotras colocáramos el cartel de «CONTINUARÁ».
Si pensamos: «Él no se ha ido, es que yo he forzado que me deje porque soy demasiado egoísta, estricta, celosa, responsable, desordenada, fría o cariñosa, sincera o impaciente…». La pelota estará en nuestra cancha y seguiremos siendo soberanas.
Soberanas, aunque nuestra autonomía se reduzca a administrar cómo y cuándo perderemos la dignidad, cómo y cuándo perderemos nuestra libertad.
Cuando, a pesar de todo lo que le hemos dado y de haber complacido sus caprichos desorbitados de superstar, comprobamos que nuestro protagonista ya no está con nosotras y vemos su foto en el cartel de una película serie B —junto a una actriz de segunda—, entonces trasladamos el rodaje a nuestro interior.
A nuestro estudio particular de filmación. ¿Sin el actor? ¡No importa! ¡Ni falta que hace! ¡La imaginación al poder! La discusión que antes se dirimía fuera, entre actor y directora, ahora se solventará dentro de nosotras mismas. Insistimos en recordar, en rumiar los recuerdos, en repasarlos y en multiplicarlos.
Mantenemos el vínculo a través del recuerdo, aunque sea imaginario. Recordar es encerrarnos en nuestra habitación a proyectar, una y otra vez, las tomas falsas, a editar y a montar las películas que hicimos con él, o que no hicimos. Incluimos fotogramas, cambiamos los diálogos y las bandas sonoras. ¿Y si el guión hubiera sido otro? ¿Y si le hubiéramos dado todavía más protagonismo? ¿Y si la cámara se hubiera detenido más en los close ups?
Podría decirse que el recuerdo es una de las formas que tenemos de postergar el duelo y el dolor del vacío. Aferrada al recuerdo, a las viejas cintas de película, la directora, al menos, está aferrada a algo.
Lo llamamos recuerdo, pero esta actividad frenética y aislada del resto de la vida y de la realidad no es el recuerdo corriente, no es la memoria, sin la que no seríamos quienes somos, sin la que no podríamos vivir…
…esta actividad que nos atrapa no es un salvavidas que se hincha en un momento de necesidad y nos ayuda a salir a flote, sino la pieza más pesada del naufragio. ¡Abrazadas a ella nos hundiremos sin remedio!»
Esto que acabas de leer es un texto modificado de Mariela Michelena de su libro ´Me cuesta tanto olvidarte´.
El otro día una de las mujeres maravillosas a las que acompaño en Programa LOA dio un golpe en la mesa y dijo bien alto «¡Ya está bien! ¡Se acabó!».
Dejó de decir «Hago esto para no pensar en él»
Ahora dice «Hago esto para estar yo bien» «Hago esto por mí y para mí»
Porque de esta nueva película que ha decidido empezar ¡ahora no solo es la directora, también es la protagonista!
Si estás pasando por una ruptura de pareja y te das cuenta que el recuerdo está postergando tu recuperación, reserva una entrevista de valoración gratuita conmigo donde vamos a conocernos, y donde juntas vamos a valorar si Programa LOA es lo que necesitas ahora para convertirte en protagonista de tu vida.
Con amor,
Laura